sábado, 5 de enero de 2008

El árbol de navidad

Ya ha pasado el diciembre. La blanca navidad, al final tranquila con toda mi familia. El árbol con todas las luces, tan bonito, tan familiar... Es una de las cosas que más me gustan de navidad. El árbol. Imagínate. Te quedas dormido en el salón y cuando te despiertes no ves la oscuridad de siempre. No tienes que buscar el botón de la luz. Está el árbol con sus lucecitas iluminando toda la habitación, toda la noche. Sus luces blancas, rojas y amarillas... Esta semana me ha pasado muchas veces que estaba trabajando en el ordenador y de repente me quedé parada mirando el árbol. Nuestro árbol de navidad.

Cuando lo decorabamos estaba feliz. Era el día 23 de diciembre. Elegía los adornos de color rojo para ponerlos primero. Y colgué también dos angelitos - los que me gustaban tanto cuando era pequeňa. Y entre todos esos adornos, las campanillas y luces estaba muy feliz. No porque estaba aquí la Navidad. No porque podía ocuparme de tonterías como decorar el árbol. Esta vez no estaba feliz por todos esos detalles que normalmente aprecio mucho. Estaba feliz, porque le veía a mi padre intentando desenrollar las cadenas rojas para colgarlas en el árbol. Había vuelto del hospital y no le había pasado nada grave. No me podía imaginar la noche buena sin él.

No sé que me había pasado a mí pero después de su accidente, aunque era pequeňo, me he vuelto como melancólica. Empecé a apreciar mucho a mi familia. Y me he dado cuenta de que lo echaba de menos cuando estaba un aňo fuera es exactamente eso - estar con ellos. Porque cuando estoy en mi casa, el único auténtico hogar que tengo, estoy contenta. No es por la tranquilidad - muchas veces no se puede encontrar ni un rinconcito tranquilo en nuestro piso.
Es por la seguridad que se siente cuando entro. La crean las cosas conocidas, recuerdos de la infancia, mis peluches viejos, las fotos, el ronroneo de los gatos y, lo más importante, mi familia...

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