domingo, 8 de marzo de 2009

El pollito

Un día me despertó un sonido inhabitual: pío, pío. Podía tener igual diez aňos. Estaba tumbada en la cama de mi abuela, perdida entre esos colchones gordísimos de plumas cuando escuché el 'pío, pío'. Abrí los ojos y vi a mi abuela sentada en la cama pasándome en las manos una bolita amarilla. Me pasó esa bolita pequeňa y calentita. Fue un pollito - tan frágil e inocente. Nada más reconocer que no le iba a hacer daňo se puso a caminar hacia mi cara. Lo estaba acariciando, sus plumones me daban cosquillas en la nariz y en un momento me de verdad sentí feliz. Pero el pollito quería ver más cosas. Se puso a caminar y no respondía a mis intentos de detenerlo. Y en ese momento me di cuenta de lo pequeňo y frágil que era él y de lo grande que era yo, y me entró miedo de poder hacerle daňo. No había quien le parase al pollito que quería ver el mundo, saludando todo lo nuevo con un 'pío, pío'. Y yo tumbada en la cama de mi abuela temblando, sabiendo que si me descuidara podíra ser peligrosa para ese ser pequeňito.
Creo que le pedí a mi abuela que se llevara al pollito allá donde estaría más seguro. Ella se reía, por supuesto, porque no entendió que su nieta pequeňa se dió cuenta de la responsabilidad inesperada que le habían concebido... y que eso la asustó.

Después de esa maňana siguieron muchos más días de verano los que pasé en la casa de mi abuela. Pero a partir de ese día me iba fijando cada vez más que no todas las cosas y los animales existen para que juegue con ellos sino que a veces también hay que cuidar de ellos.
En fin. Es increíble lo que consigue un pollito pequeňo.